El día que se cayó de su caballo me encontraba observándolo hacer sus piruetas y sus ejercicios de trote. Allí charlando junto a una buena amiga y su hijo ya adulto, también con autismo, veo como en segundos se desliza y cae a tierra. Mi reacción instintiva fue correr hacia él, pero mi amiga me detuvo: «No fue grave, déjalo! él lo puede hacer solo».
En medio de mi angustia lo veo sacudirse, mirarse sus rodillas, sus brazos y volver a montar su animal con la ayuda serena del mejor instructor que haya conocido. Porque a él no le gusta quedarse en el suelo, este chico es de retos.
Los demás caballos, cinco si mi memoria no me falla, se acercaron en un signo que en principio interpreté como curiosidad. Agacharon sus cabezas y rascaron la tierra con sus patas.
Luego me dijeron que eso en «lenguaje de caballos» significa que este pequeño se había ganado el respeto y la admiración de ellos, de sus amigos, los caballos.
Solo me acerqué a tomar la imagen que ven abriendo esta entrada. La evidencia de una fábula que me dejó muchas lecciones aprendidas.
Ese día reconocí al valiente, al guerrero, al invencible.
Me sentí un poco sorprendida al ver a estos humildes y a la vez imponentes animales reconocer esa valentía antes que yo.
Quizá así es esta sociedad, así es el mundo…Todo en el autismo se ve desde la dificultad y el defecto de obligatoria corrección. Olvidamos la fortaleza con la cual vienen dotados para compensar las dificultades innegables de la condición. Nos perdemos de admirar su valentía cegados por su aparente vulnerabilidad.
Y como toda fábula debe cerrar con moraleja…
Estén atentos a las lecciones que la vida les enseña a través de estos seres maravillosos, nuestros hijos y observemos desde el corazón sin tanta razón, así como lo hace la naturaleza. Esa que los ve como son: Perfectos.
Cuenta la leyenda que ciertos ciclos de la naturaleza nos dejan a un niño quien en apariencia se ve, se porta como el resto de los habitantes de la Tierra. Meses después su mirada parece tornarse diferente, aquella hasta el momento mostrando a un niño de sencilla felicidad, ahora resulta más abierta y definitivamente más curiosa, como si con sus ojos se apropiara del más mínimo detalle.
Siguen pasando los días.
El resto de sus sentidos se agudiza, de repente adquiere una suerte de poderes a veces desbordándose incontrolables llevándolo a estallar en una serie de emociones difíciles de definir. Descifrar a todos a su alrededor se hace imposible. Entender cómo funciona el mundo se hace angustioso.
Siguen pasando los días.
Y las palabras entran como ráfagas por sus oídos, incomprensibles, avasalladoras, invasivas, y paradójicamente no pueden salir por su boca aunque su mente tiene discursos, ideas, hipótesis, historias, poesía. Entonces nota que sin esas palabras la soledad llega, la frustración entra y la confusión se establece.
Siguen pasando los días.
Durante muchos años verá frecuentemente a unos seres de bata blanca y mirada helada buscando explicar la razón de tan extraña forma de ser. Es imperativo ponerle un nombre a esa rareza, pero ese niño no entiende por qué teniendo un nombre deberá llevar otro más, tiene miedo de que olviden su nombre, el de verdad. Ahora esos personajes aterradores buscan definitivamente asignarle uno inseparable para toda su vida.
Siguen pasando los días.
Autismo le tocó. Los libros lo dicen y una cosa a veces incomprensible llamada ciencia lo confirmó. Y descubrió que al pronunciarse ese nombre impostado el mundo huía ya fuera por ignorancia o simplemente volteaba la espalda con indiferencia. Jamás entendió por qué era necesario ese nombre y contrario al abra-cadabra mágico de su cuento favorito, decir autismo tenía un efecto indeseable… cerraba puertas y muy fuerte.
Siguen pasando los días.
Han transcurrido años entre escuelas. Ha sido afortunado pues aunque saben ese otro nombre, prefirieron llamarlo por el de nacimiento y eso lo hacía feliz. Sin embargo, otros se empeñaban en marcarlo indeleble con ese incómodo diagnóstico, su nombre alternativo y eso lo hacía muy triste. Con el tiempo el autismo se antepuso con sus inevitables consecuencias. El mundo no tenía espacio para personas así. Rarezas como esas desentonan en el paisaje de seres comunes sin dar problemas, ejecutando sin cuestionar y funcionando sin mayores variaciones.
Y pasaron los días.
Esos poderes crecieron con él y si bien muchos intentaron controlar o eliminar, ahora están exacerbados. Y el mundo empeñado en complicar todo con en el “de repente”, “vamos ya”, “los planes han cambiado”… todo fuera de orden. Caos y más caos. Ni siquiera esas lentejuelas blancas atontadoras logran detener esa marea de sensaciones y percepciones. Por el contrario lo anulan, le hacen sentir que ya nada importa, y no le gusta sentirse así.
Y un día ese niño escuchó que con el pasar de los años ese nombre impostado: AUTISMO se vuelve el protagonista con las consecuencias temidas: indiferencia, y algo más surge, un nuevo atributo —sí así se le puede llamar—: INVISIBLE. Sí, se hacen invisibles para la gran mayoría, sobre todo para los que por voluntad propia no quieren ver.
Desaparecen ante sus ojos, pero allí están, esperando a ser vistos y que entiendan que crecer no es desaparecer aunque así lo desearan quienes tienen la obligación de hacerlos visibles a través de las oportunidades. Las anheladas y merecidas oportunidades
Cuenta la leyenda que ciertos ciclos de la naturaleza nos dejan a un niño singular…
Y ella, sabia, perfecta, lo seguirá haciendo. Seguirá enviando personas diferentes aún en contra de una humanidad tremendamente resistente a entender y maravillarse de lo distinto. En su temeroso-apático entender, se pierde de disfrutar, de valorar, de gozarse los seres más fascinantes que en su sabiduría nos regala por un sencillo motivo: Evolucionar.
Pdt. En autismo nadie ha dicho la última palabra, y nadie tiene una bola mágica para adivinar el futuro, ni aún los personajes de bata blanca. Las mamis con amor, con coraje, con perseverancia rompemos los papelitos y los enviamos a otras galaxias, a otras dimensiones y construimos un mundo donde cabemos todos, a fuerza. Tere Acosta.(Madre persona con T.E.A.).
Pdt. Lo que pasa es que aunque en la intimidad de nuestra vida cotidiana no usemos etiquetas, la etiqueta de igual manera les llega a los niños, por ejemplo mi hija sabe exactamente quien es el aspie o el autista en su colegio y solo tiene 9 años… obviamente no fuy yo ni sus compañeros los que le dirigieron, ni sus profesores le pasaron una nomina, las etiquetas estan en todas partes y los niños escuchan aunque aveces los adultos crean que no, entonces si estamos en un mundo de Etiquetas y no lo podemos controlar es mejor que estás carezcan de estigmas. Jethzabet Yañez (Madre de una persona con Asperger).